lunes, 17 de noviembre de 2008

Fontanarrosa Y Foster Wallace, los cómplices .



Publicado el 09/11/08 a las 1:08 pm


No son solo tetas



Esto dice el editor Daniel Samper Ospina en el prólogo de SoHo Crónicas, un libro de más de quinientas páginas que reúne las mejores crónicas de esa gran revista colombiana:
“…alguna vez le entregué a Roberto Fontanarrosa, el genial humorista argentino, una edición de Soho. La examinó con juicio, artículo por artículo. Después levantó la cabeza, me miró de frente y con una extraña seriedad me dijo:
-Debo reconocer, querido amigo, que SoHo no son solo tetas…
Yo asentí expectante, porque la frase pendía todavía de unos puntos suspensivos que la dejaban abierta; expectante, digo, pero satisfecho: al fin alguien, y nadie menos que el gran maestro rosarino, reconocía el esfuerzo de hacer de la revista un ejercicio en el que también tuvieran cabida artículos relevantes.”
Las modelos y desnudistas de Latinoamérica nunca se habían llevado tan bien con los escritores hasta que SoHo reunió en una sola revista ambos oficios, bajo el mandato, quizá, de un acuerdo de caballeros: por un lado, las modelos se despojan de sus ropas con gracia y, por otro lado, los escritores se despojan de su solemnidad para hacer que su inteligencia sea también entretenida. El resultado es esa revista voluminosa, repleta de publicidad, rebosante de osadía, de mujeres desnudas y de escritores y de cronistas enfrentados a diversas aventuras. Un día un escritor sale de su cubil para averigüar qué se siente estar dentro de un horno crematorio, otro día un reportero decide viajar a Medellín para vivir durante seis meses ganando el sueldo mínimo, otro día un cronista va detrás de Charly García para ver las cosas que esa estrella va arrojando a su paso.
El binomio “mujer desnuda-literatura” es una apuesta comercial de SoHo que todos debemos celebrar. Seduciendo compradores, las modelos permiten que la revista sea una gran empresa rentable (SoHo tiene más de un millón de lectores). Seduciendo lectores, los escritores permiten que la empresa sea una gran revista. Parece un trabalenguas irónico y machista. Pero quizá convenga saber que también hay una versión de SoHo para damas curiosas. Allí los modelos se desvisten y las escritoras escriben. Todos felices. Todos contentos. Y los que no lo están tienen para ellos ese gran universo de revistas donde la gente todavía se empeña en salir vestida.
El libro SoHo Crónicas, editado por Aguilar-Colombia, es un volumen generoso, lleno de historias magníficas y de grandes autores. Salud por eso.
Lo próximo, para ser justos con los seguidores de esa revista, será que los directivos decidan publicar una antología de lo otro. De sus portadas, por supuesto, de esas esforzadas chicas sin las cuales la crónica en Latinoamérica no sería lo que es.
“Debo reconocer, querido amigo, que SoHo no son sólo tetas…”, le dijo esa vez Roberto Fontanarrosa a Daniel Samper, el director de la criatura. Y Samper lo cuenta tal cual en el prólogo de la antología:
“Asentí expectante, porque la frase aún temblaba en el aire; expectante pero feliz: era el reconocimiento intelectual que se merecía la revista. Y un maestro de la literatura se lo estaba dando.
-No són sólo tetas -repitió Fontanarrosa-. Son tetas y culos”.
Pero sabemos bien que no sólo tetas y culos.



Algunos artistas juegan con cadáveres
Dentro de las cosas memorables que todo cierre de edición trae a la revista están las visitas de algunos cómplices recurrentes con los cuales conviene guardar ciertas distancias.
José Luis Carranza es uno de ellos. Se trata de un hombre discreto, de mirada inquieta y morral misterioso que suele proveernos con cierta de frecuencia de delicadas clases de anatomía. Carranza es un artista plástico muy interesado en sublimar esos secretos de la fisiología personal que a veces solemos ignorar: Sí, el doctor Freud también tenía genitales, recordó hace algunos años cuando publicó en la revista unas ilustraciones sobre el mundo interior del padre psicoanálisis. (Etiqueta Negra # 33).
Los trabajos que él ha publicado pueden ser tan sorprendentes como los que no llegaron a salir. Por ejemplo, un dibujo que debía acompañar un texto sobre los «meat writers», esos periodistas que se internan en las fábricas de carne para asustar a sus lectores contándoles lo que vieron allí. Esta imagen genial, por ejemplo, no salió en la edición 46:
Carranza es un artista joven que publica en la revista desde que era un estudiante, aunque la última vez que estuvo por acá traía dos sorpresas consigo: la primera, algunas canas dispersas en su cabellera negra (¿o serían restos rebeldes de pintura?), lo cual sólo era una señal inocente del paso del tiempo: sobre él, sobre el lector y sobre la revista. De hecho, la primera vez que Carranza publicó sus dibujos en Etiqueta, todavía Julio V. Chang era el director técnico (y místico) de esta casa. Luego vino el segundo tiempo con Daniel Titinger y su religión del trabajo. Y, ahora, sin tiempo para hacer calistenia, se apuró la línea de sucesión, y Marco Avilés ha asumido el trabajo de seguir siendo el anfitrión de esta fiesta. Así que ese día, cuando José Luis Carranza pasó por esta oficina para traer con puntualidad su nueva serie de ilustraciones, quedó pendiente la promesa de presentarlo a los invitados que suelen merodear por esta habitación de la casa.
Y de eso se trata la segunda sorpresa que trajo. Carranza tiene un blog que es una invitación a espiar su proceso de trabajo. Es decir, a enterarse de cómo él eviscera a los personajes de su imaginación. Conviene guardar cierta distancia de alguien así. Usted podría terminar incluido en un cuadro mostrando lo que ni siquiera sabía que podía mostrar.




Publicado el 21/10/08 a las 10:50 am

Nunca regales un gato

Una de las cosas inútiles (o útiles) que podemos realizar mientras el mundo avanza hacia atrás es un censo universal de gatos. Una lista de ese tipo podría ayudar a ubicar en el mapa posibles fuentes de peligrosa alegría. ¿Peligrosa alegría?
El escritor Raymond Chandler era un feliz amante de su gata Taki hasta que ésta murió a la longeva edad de veinte años. Entonces, el vacío dejado por esa mascota empujó a Chandler a una depresión que sólo terminó con su propia muerte. Se suicidó.



Cuidado. La alegría de tener un gato puede convertirse en la incontenible tristeza de haberlo perdido. Akira Kurosawa desarrolla esa idea en su película Madadayo. En esa historia, un anciano jamás puede recuperarse de la pérdida de su felino. Y, por supuesto, muere.

Criar un gato es alimentar una tristeza posterior. Así que hay que preparse para ese momento. Puede ayudar la lectura del libro Cartas y escritos inéditos, de Raymond Chandler, donde uno puede enterarse del rápido desastre interior que supuso en su vida el tener una gata magnífica y perderla. Los gatos, dice Chandler en una carta a uno de sus editores, “se diferencian tanto entre sí como los seres humanos. Como ocurre con los niños, son en en gran medida lo que uno hace de ellos”. Un gato siempre será más que un gato.
Casi una persona.
Una personalidad bajo mucho pelo. “Un gato no actúa nunca como si, en un mundo lleno de nubes, uno fuera el único rincón con sol”, añade Chandler. “Pero ésta es sólo otra manera de decir que un gato no es sentimental, lo que no quiere decir que no sienta afecto”.
Pero algunos seguirán creyendo que los gatos son mascotas sencillas, y hasta plantearán el falso dilema: ¿Tener un gato o un perro? Cuidado: un gato, antes que nada, siempre será una fuente de peligrosa alegría. Por eso, jamás regales uno. Obsequia, en cambio, un libro sobre gatos. O recomienda un texto de alguien que sabe de gatos. O, simplemente, no hagas nada y aprende tú mismo sobre esas mascotas.
¿Alguien sabe algo distinto e importante sobre los gatos?


Publicado el 15/10/08 a las 10:29 pm

Se dice de mí


Que soy linda, que soy una sorpresa, que por fin existo. Que puedo mejorar. Que no se puede pedir nada mejor. Que soy sofisticada, divertida, bastante generosa y que no le temo a las cámaras de video. Pero sólo soy una web, la web de Etiqueta Negra.
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Publicado el 14/10/08 a las 10:58 pm La memoria (o la grabadora inútil)

David Carr es un periodista de The New York Times que un día decidió escribir sobre el episodio más oscuro de su biografía: los años en que fue un adicto terrible a la cocaína y era capaz de dejar a sus hijas gemelas en el coche mientras él se drogaba dentro de una casa durante horas.


Recordar una historia, cuando uno es el protagonista absoluto de ella, parece un acto muy sencillo y autosuficiente.


Escribir tus memorias, entonces, bien podría demandar algún tiempo de dedicación y quizá hasta el romántico aislamiento del mundo: uno toma su automóvil y se larga de la ciudad a un alojamiento frente al mar (o al campo) para recordar y escribir, recordar y escribir, sin que nadie lo moleste. ¿Acaso no se tratan de eso las memorias? 

Pues no.



O al menos usted debería poner en duda su instinto de sentirse el infalible dueño de su propia memoria después de saber lo que le ocurrió a David Carr, el periodista que decidió reportear sobre su propia memoria. Como él cuenta en Me and My Girls, el extracto que publicó en The New York Times, nadie debería confiar en la veracidad de sus recuerdos si es que pretende aventurarse en el género de las memorias o las confesiones. Sobre la escena en que él entra a una casa para inyectarse cocaína durante algunas horas él sólo recordaba que ese día había dejado a sus dos gemelas recién nacidas, bien protegidas en su coche durante un día muy fresco. Eso creía él hasta que se aventuró a la tarea de cuestionar sus recuerdos. Entonces supo, alguien se lo dijo, que ese día en verdad nevaba con ferocidad y que sus gemelas pudieron haber muerto congeladas. Pero no murieron.


Carr también conservaba afiebrados recuerdos sobre su noviazgo con la madre de sus hijas. Y en esos recuerdos ambos inhalaban del suelo bolsas de cocaína made in Medellín durante prolongadas y casi inocentes fiestas de pareja. Sobre esos recuerdos él y su ex mujer, años después, sostenían un debate. Para él, ella lo había iniciado en el peligroso juego de inyectarse la cocaína para sentir un efecto más potente. Para ella, él había sido el demonio incontenible. En todo caso, David Carr sólo supo que su mujer ya estaba embarazada (durante todos los meses en que realizaban esos juegos) casi veinte años después de que nacieron sus gemelas. ¿Habría sido mejor no saberlo? ¿Habría sido mejor para su tranquilidad no atar cabos, no corroborar fechas, no acudir al hospital a averiguar esos y otros tantos detalles como que ambos padres ya consumían crac cuando sus hijas nacieron prematuramente? Las confesiones del reportero Carr son feroces (y rigurosas) porque su tarea de cuestionar sus recuerdos (tan selectivos) fue feroz.

La memoria es una grabadora muy complaciente y, a veces, tan inútil.





Pesque una bicicleta en Holanda


Holanda es ese país donde hay más bicicletas que personas, y donde esa proliferación genera peculiares signos de desprendimiento. Durante sus borracheras, algunos estudiantes universitarios arrojan sus vehículos a los canales de ciertas ciudades y, a la mañana siguiente, los empleados de limpieza deben salir a pescar a las «víctimas» de esos arrebatos. Pescar bicicletas es un acto más o menos común en un país donde cada persona suele tener, en promedio, dos o más de esos vehículos en su casa. El periodista peruano Rómulo Meléndez, que es cómplice de Etiqueta, vive en Ámsterdam y dirige desde allí el blog Círculo Dilecto, cuenta en un mensaje de correo electrónico que tiene cinco bicicletas. Tres para sus hijos, una para transportar a cuatro personas a la vez y otra especial para cargar bultos. «Los holandeses no sólo usan la bicicleta para ir de A a B, con un destino establecido, sino también la usan para dar una vuelta, para distraerse un momento, estirar las piernas o mirar chicas en el Vondelpark», dice él. Las bicicletas más costosas también denotan la jerarquía social. Hay bicicletas muy ostentosas que transportan a gente adinerada y hay vagabundos que venden sus bicicletas para poder comprar algo con qué drogarse. También abundan los ladrones de bicicletas, y eso no es un homenaje a la vieja película de Vittorio de Sica, en la que un desempleado roba una para poder trabajar. «En Ámsterdam –escribe Meléndez– se roban tantas bicicletas que la policía ha iniciado campañas para registrarlas todas. En la práctica eso no funciona. Los robos continúan como si ello no fuera un delito». En fin. Si alguien quiere buscarle el lado bueno a esta historia, acá va algo parecido. «El ir en bicicleta tiene aspectos positivos como el poder consumir alcohol y luego poder conducir la bicicleta», añade Meléndez en ese correo que también puede leerse como una invitación a practicar el turismo ecológico sin temor a aburrirse.





Publicado el 30/09/08 a las 8:02 pm Tributo a un cómplice

El escritor estadounidense David Foster Wallace, cómplice de Etiqueta Negra en el número 15 (Cochino dinero) con su texto «Hay algo insoportablemente triste a bordo de un crucero de lujo», se suicidó el 14 de setiembre pasado. Unas horas después de que se esparciera por el mundo la noticia, un cuentista, también estadounidense, también cómplice de nuestra revista, nos mandó las siguientes líneas en un correo: «Mi generación (no exactamente joven, pero bueno…) tenía un escritor indispensable, David Foster Wallace, y él se suicidó ayer. Dios mío. Cada vez que pasa algo así me siento tan perdido, tan confuso, odio tanto al mundo».
¿Qué ocurre cuando uno de los íconos de una promoción de escritores decide no serlo más? ¿Es posible quedar huérfano de un escritor al que admiramos? ¿Quién era David Foster Wallace? La legendaria revista estadounidense McSweeney’s ha colgado por estos días un sentido epígrafe a su página web: «McSweeney’s is devastated and lost». Pero además ha promovido una hermosa manera de recordar a ese escritor: durante dos semanas, todos aquellos que lo han conocido (o simplemente admirado) están colgando en la web de esa revista sus memorias y tributos. Por ahora el dossier David Foster Wallace reúne unos doscientos textos que explican quién era él.

Si eso no es un perfil, ¿qué es un perfil?

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