lunes, 17 de noviembre de 2008

Sendero Luminoso, FARC, Montoneros, TUPAS Y Chilotes VUELVEN AL

Vuelven al ruedo  DEL 14-11-2008 -  EL PAIS.COM  NO



Toño Angulo Daneri, ex editor de Etiqueta Negra 14/11/2008



Revista Etiqueta Negra

El optimismo de unos trapecistas de circo de barrio



El Boomeran(g) comienza a publicar textos de Etiqueta Negra, la más renovadora de las revistas literarias americanas. En estas líneas Toño Angulo Daneri narra la génesis del proyecto.


Una especie de The New Yorker en castellano, pero mejor diseñada. ¿Se podía hacer una revista así en el Perú, uno de los países con los niveles más bajos de lectoría del mundo hispano? Palabras más, palabras menos, ésa fue la pregunta que medio año antes de su nacimiento animó el espíritu fundador de Etiqueta Negra, cuando aún ni siquiera tenía nombre. Era mediados de 2001 y algunas noches nos reuníamos en casa de Julio Villanueva Chang, su director fundador, a imaginar esa revista ideal de periodismo narrativo con fotos e ilustraciones espectaculares, y también a bebernos su café y llenarle los ceniceros de colillas. Éramos periodistas, fotógrafos, escritores y artistas plásticos, algunos de los cuales estábamos empleados en empresas de comunicación bajo estrictos contratos de exclusividad que nos impedían aparecer en otras publicaciones impresas.

Hasta ese momento, lo único que sabíamos era que Chang había conocido a dos hermanos dueños de una pequeña imprenta, con un capital de inversión no mayor que el que serviría para comprar un coche de familia, y cuyo proyecto más ambicioso era fundar una revista para empresarios emprendedores, como ellos, que se llamara líder, pero en inglés, Leader. Chang, afortunada aunque peligrosamente, los había persuadido de cambiar su proyecto original por otro cuya ambición no sólo estuviese puesta en las finanzas de la empresa, sino sobre todo en el amor propio de sus autores. Todo lo demás, incluido el nombre de esa aventura, estaba por inventarse. Tras alquilar una oficina de un solo ambiente, celebrar muchas reuniones a las que siempre tratábamos de invitar a viejos amigos con ideas nuevas, y lanzar una convocatoria titánica a colaboradores de varias partes del mundo, seis meses más tarde apareció el número cero de Etiqueta Negra, en una edición no venal de dos mil ejemplares y con una carta que anunciaba: "Nos portaremos como la orquesta del Titanic y seguiremos tocando nuestra propia música hasta que el barco se hunda". Había nacido finalmente esa revista de la que el mexicano Juan Villoro habría de vaticinar: "Si se hiciera en Nueva York, sería épica. Hecha desde América Latina, resulta heroica. Muy pronto será legendaria". En el país de César Vallejo peruano del Perú, el optimismo jamás había sonado tan arrogante.


Y sin embargo, era el optimismo de unos trapecistas de circo de barrio. Los rasgos de identidad de la revista fueron desde el principio de signo negativo. No publicábamos una foto impactante en la portada. No teníamos secciones de belleza ni de salud. No teníamos chismes de farándula ni de política ni literarios. No teníamos colaboradores best-sellers. No teníamos páginas sociales ni horóscopos ni pasatiempos ni reseñas de restaurantes, libros o películas. No teníamos artículos de un solo párrafo para aquellos lectores que compran revistas que nunca van a leer. No habíamos hecho ningún estudio de mercado. Etiqueta Negra era una revista con un promedio de tres mil palabras por texto, que en su número dos había publicado un reportaje de William Langewiesche de veintinueve páginas completas sin contar los anuncios publicitarios. En un país que lee tan poco, parecía el enternecedor esfuerzo de unos insensatos cuyo único mérito era la tentación del fracaso. El optimismo, no obstante, estaba puesto en la ambición. Desde el número cero, Etiqueta Negra trató de ser siempre una publicación internacional hecha en el Perú.

Como el pisco o la cocina peruana, queríamos que fuese algo que mereciera la pena conocer de ese país tras visitar las ruinas de Machu Picchu.

Los autores que en un principio accedieron a publicar en la revista lo hicieron porque les seducía la apuesta, y en gran medida también porque sabían lo que costaba hacerla, desde los peruanos Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce Echenique, los mexicanos Juan Villoro y Alma Guillermoprieto, los chilenos Alberto Fuguet y Juan Pablo Meneses, el argentino Martín Caparrós, los españoles Enrique Vila-Matas, Fernando Savater, Juan Bonilla y Joaquín Sabina, hasta los estadounidenses Jon Lee Anderson y Susan Orlean, estos últimos, no por casualidad, escritores del staff de The New Yorker.

En esa primera etapa, la mayoría no cobró por sus colaboraciones.

Los tres primeros años fueron los más duros y nos granjearon la no tan merecida fama de tacaños e incluso de abusones. Con todo, vista a la distancia, esa época no deja de provocar un sonrojo de vergüenza a los editores de aquel entonces. En el mundo editorial, donde los primeros que se ponen en fila para cobrar son los distribuidores de papel y los dueños de los quioscos, era evidentemente injusto que los únicos que no cobraran fuesen los autores: un problema que empezaba en la ética de los editores, pero que acababa invariablemente en las finanzas de los dos hermanos emprendedores sin coche.

Siete años después, por suerte, las cosas han cambiado y la revista tiene por fin una malla de protección para los trapecistas del vacío. El dinero no ha dejado de ser vallejianamente peruano, pero todos los que publican hoy en Etiqueta Negra reciben puntualmente su pago un mes después de que ha salido la edición; y aunque los seguimos llamando cómplices, que es una forma de reconocer y agradecer su coautoría, sabemos que la palabra es incompleta. A cada uno de esos cómplices, en realidad, la revista le debe su existencia.







Lo que no ha cambiado es el espíritu que animó la fundación de la revista. El primer eslogan de Etiqueta Negra fue "una revista para distraídos", en el sentido que Octavio Paz le daba a la distracción: sentir atracción por el reverso del mundo. Y como para atraer a más distraídos necesitábamos un verbo, elegimos dos, contar y descubrir. Etiqueta Negra ha sido siempre una revista de crónicas, que es como en América Latina se llama a lo que en otras partes se conoce como periodismo narrativo o periodismo literario o incluso "nuevo periodismo", término este último tomado de la traducción del clásico -y ya superado, básicamente por falto de rigor y ególatra- New Journalism que canonizó Tom Wolfe.

La crónica, para nosotros, es un género híbrido, o mejor, una hija de la relación incestuosa entre el periodismo y la literatura, pero donde el periodismo fuese el sustantivo y lo literario, lo adjetivo. Hayden White, el ensayista estadounidense, sostiene que lo único que una persona llega a comprender realmente son los relatos. La Biblia, la Torá y los libros sagrados del budismo, el hinduismo y el islam están llenos de relatos. Los niños empiezan a descubrir cómo funciona el mundo escuchando o leyendo cuentos antes de ir a dormir. Contar, esto es, adaptar un descubrimiento concreto o abstracto a una estructura narrativa, es tal vez lo mejor que alguien puede hacer para comprender algo y animar a que otros lo comprendan. Desde un principio, esta voluntad por descubrir y contar estuvo sometida en Etiqueta Negra al rigor y a la honestidad del periodismo.

Además de editores que actuaran como colaboradores secretos de los autores, bajo el modelo del interventionist editing anglosajón, en la revista decidimos tener también un equipo de reporteros asistentes y verificadores de datos.

Hasta ahora, que se sepa, es la única publicación periódica en Hispanoamérica que cuenta con historiadores y otros profesionales fuera del ámbito periodístico encargados de revisar minuciosamente los datos seleccionados por el cronista en su texto, así estos hayan sido extraídos de una entrevista a alguien cuyo testimonio podría poner en riesgo la estabilidad de un gobierno o de las trajinadas páginas de una tragedia griega. La intención no es tener a un fiscal que ponga en duda la honradez o integridad de un autor y convertirlo en un sospechoso común, ni tampoco a alguien que actúe como un mero guardaespaldas de su reputación. Como nos enseñó Alma Guillermoprieto, "los verificadores de datos no existen para que no nos hagan demandas [a los escritores], sino para respetar la ignorancia de quien nos lee".

En esa relación incestuosa que existe entre el periodismo y la literatura, en Etiqueta Negra sabíamos que con los mismos ingredientes podíamos preparar una rápida ensalada o un guiso cocinado a fuego lento, y en ese sentido siempre optamos por el lujo de la lentitud. Nuestros autores también lo sabían: nunca nos apresuraríamos a publicar un texto por el solo hecho de que estuviese bien escrito.
La crónica sigue siendo el género que nos define como revista, pero ya no es el único. Cuando Etiqueta Negra cumplió cinco años, Chang y quien esto escribe decidimos alejarnos del trabajo cotidiano de dirigirla.

No fue un adiós definitivo, por supuesto, ya que como todo aquello que nace del amor propio, éramos conscientes de que la revista iba a ser un amor para siempre. La dirección está ahora en manos de otros periodistas y escritores más jóvenes que han creado nuevas secciones y convocado a columnistas entrenados en el golpe corto, y hasta han añadido un relato de ficción en cada número que nos permite contar con escritores sensacionales que no escriben periodismo.

Todo esto ha hecho que Etiqueta Negra tenga muchos más cómplices y seguidores que la consideran como suya, incluso entre publicistas y los más escépticos anunciantes. La que alguna vez nació como una revista de amigos en la casa de su director fundador, es hoy una empresa de amigos que también se toma el trabajo de imaginar otras publicaciones y guías y libros, con la única condición de que compartan la misma atracción por el reverso del mundo. Los hermanos que aportaron la inversión inicial se sienten por fin dueños de algo que no es sólo un listado de deudas y pagos pendientes, y hasta se pudieron comprar el postergado coche de familia.

Los editores y directores que en un momento decidimos alejarnos voluntariamente de la revista formamos ahora un comité editorial que funciona más como un grupo de apoyo que propone historias, sugiere temas y busca a nuevos autores desde el lugar donde vivimos.

En resumen, la familia editorial que es hoy Etiqueta Negra sigue siendo una cuerda tensada entre el amor propio y la limitación de existir en el país de César Vallejo peruano del Perú, pero nadie piensa ya en que nos podríamos caer al vacío. Es la ventaja de asumir el optimismo como una apuesta colectiva de riesgo. Se puede sentir el espanto del vértigo, pero también el delicioso hipnotismo de estar haciendo algo nuevo, y que no estás solo en ese empeño.
Web de Etiqueta Negra: http://etiquetanegra.com.pe/

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